29.10.09


XVII
La mujer caminó por el centro de la avenida. Hizo equilibrio sobre las líneas amarillas. A su lado pasaban colectivos bestias sacudiendo el cuerpo menudo. La mujer caminó sobre el asfalto, la otra noche que se había caído de la noche. Caminó sonámbula. Sólo se escuchaba el sonido de su cabeza tejiendo y destejiendo la locura.
XVI
Y el desierto devoró al desierto. Arena tras arena se atascó en las gargantas. Y nos ahogamos. Sin remedio. Entre escarabajos y surtidores secos nos ahogamos. No hubo después nada para rogar. Nada para pedir. Sólo un manojo de dedos secos, siempre secos, para siempre secos, pieles carcomidas.
Detrás de todos los amaneceres se escondía feroz la oscuridad del infinito.

XV
Entonces, cuando todo se derrumbaba, simplemente comenzó a llover.
El paraguas de la noche se desmoronó en la noche. La tierra se olvidó de la tierra. Yo extendí mis manos… cuenco hueco, cuenco roto. Toda la lluvia de la noche cayó sobre mi cama. Mi sola cama. Mi cama desierta. Mi cama de hembra muda.
XIV
Vayamos ahora al parque. Ahora que el sol es un cobre que cae. Vayamos ahora, que todavía creemos en el verde.
Vayamos al sol antes de que el sol le deje combate abierto a los lobos.
XIII
Pierdo el árbol detrás del árbol, la piedra debajo de la piedra. Lo sé, somos el fruto de algún odio viejo y nadie aquí pidió nacer. Y si afirmo vida, miento. Y si me asomo a las cornisas, miento. Alguna ceremonia de tajo de los cuerpos sacará a la noche de su nada absoluta. Pero en la mañana estaremos de nuevo contra nosotros mismos, sin más piel que aquella que sólo nos pertenece.
A veces creo escuchar cómo crece mi pelo… a veces me ensordece el latido del propio corazón.
XII
Él dijo: sos tan pequeña que podría sostenerte sólo con la palma de mi mano. Él dijo: ahora voy a cuidarte. Él dijo: alguien antes me habló de vos…
Yo le conté de a poco el misterio de mis animales nocturnos, la ceremonia del la herida, alguna música escuchada hace mil edades.
Él dijo: ahora voy a cuidarte. Yo guardé las alas en mi mochila, lo miré despacio, caminé en círculos por la casa desconocida y casi desierta –podía sentir respiraciones heladas en cada rincón-. Y me fui. Antes de que los mismos viejos mastines nos devoraran, para hacernos carroña del olvido.

24.10.09

XI
Graniza en la tarde. Todo el horizonte es una piedra arrojada contra el vidrio de mi rostro. Nuevamente oculto los espejos. Guardo una navaja, un caracol roto, muñecas viejas.
A la calle salgo desnuda, maquillada para la muerte, pero desnuda. Nadie parece verme, nadie me ve caminar bajo el granizo de la tarde, de la mañana, de la noche.
Si te sangran los ojos, me dijeron, refugiate bajo los numerosos andamios del olvido.
Salgo desnuda, nadie parece verme, nadie me ve. Graniza en toda la tarde, en toda la noche. Graniza sólo sobre mi cuerpo desnudo.

X
Él amaba mis manos, dijo. Ahora las miro jugar con las letras, armar palabras como si me armara la vida. El tiempo de las flores es arduo y lento. Recorre senderos de humedad y de media luz. Pero él amaba mis manos. Y desde entonces –no lo sabe- mis manos son otras.
El tiempo de las flores esconde un peligro cierto. Un riesgo fatal en los ojos. La estúpida ilusión del júbilo.
Y él amaba mis manos. Tal vez era en el tiempo de las flores. Tal vez mis manos eran flores. Tal vez.
IX
Cuerpo de tela gastada, cuerpo cuero gastado. Flor que se oculta al menor roce. Cuerpo vasija caída, cuerpo tótem.
Cuerpo lleno de ecos, de vidrio roto, de huella vieja. Cuerpo cuarto de hotel en ruinas, cuerpo ala.
-Cuando un derrumbe de preguntas se apelmaza en mi garganta, agacho la cerviz y me coloco en el lado más severo de la sombra-.
VIII
Afirmo, hubo un sol. Y hubo noches de cautela y noches de pólvora.
Afirmo fui. Y ahora la prisa del náufrago.
A veces canto en plena calle, se me cae la voz en la vereda. Rio. Junto los pedacitos. Y me sumerjo en el día.
VII
Y ahora de qué sirven los viejos amuletos? Las piedras sonoras? Mirá, allá lejos hay un vendaval de huesos partidos. Y en mi vaso se hace añicos la tarde.
El tiempo desbarata los relojes. Cisterna donde la cara de los dioses se desfigura. Tic tac, tic tac. Inclino mi rostro hacia el sur. Y algunos insectos antiguos como lava caen de mis oídos.
VI
Se impone hablar del silencio. De sus garras. De sus barcos enredados. Del sabor del silencio.
Se impone hablar del silencio cuando ocupa el cuerpo todo, lo invade con murciélagos y con alas de polilla nocturna. Se impone hablar del retorno del silencio. Despertar despacio de ese mundo de gesto y de carencia. De ese mundo pez.
Y de cómo, arañando la palabra despacio, trazo a trazo, juntamos b con h con p con a, hacemos luminosos collares de sonido, terribles collares, cadenas atroces de sonido. Que se miran de cara al silencio, se empequeñecen. Y huyen.
V
Vimos cambiar de color el cielo. Primero ese azul que se desploma, pantera herida. Después, y lento, el tropel de colores, esos que carecen de palabra. El sol era una intuición o una herida.
Vimos dos pájaros.
Vimos más de lo que se podría ver.
Habrá algún precio para el asombro?
IV
Bajo qué luz se fue deshilvanando la luz? Acaso le cortamos el cabello al viento? Fuimos crueles con la risa nocturna o con sus aves? Se nos olvidó el nombre de nuestros padres? Olvidamos también agradecer a la manta o a su lana? Dejamos de caminar descalzos? Qué parte de la parte de la lluvia no besamos?
Tendremos tiempo de preguntarle todo esto al verdugo?

19.10.09

III
Un animalito azul, un animalito violeta, un animalito blanco. El camino que hacen mis pies. Ningún camino. Una palabra como espejo de otra y de otra y de otra. Una palabra como espejo de otro espejo. Baldío juego del infinito para perderse.
Cada vez que mi voz se desgarra contra los vidrios, un cardumen de hambre resuena en los oídos.
II
Ayer llegaste a mí. Venías con la cabeza descubierta y un clavel rojo que escondía todas las caras de la muerte. Una versión de la madrugada hizo que me viera en tu verme. Ahí empezaba o terminaba la magia. Nacían o morían las tristezas? Un tren verde cayó desde el cielo y leímos y leímos. ¿Te fuiste después?



I
La tarde destila su color de agua. Se me cae el invierno debajo de las uñas y camino como si flotara sobre un mar sucio. Te voy a arrancar, tristeza. Voy a masticarte el alma de azufre y a sacudir tu capa oscura hasta hacerla jirones. Pero la tristeza es un tumor, un pulpo aferrado al alma, y si la arrancara no sería yo más sombra que la tristeza misma.
La noche es una enredadera feroz que se aferra a mis piernas. Deambulo entre insomnios y sueños de hoja enferma, de trapito que agita el poniente. De nada.